viernes, 14 de noviembre de 2008

LA MEMORIA HISTÓRICA DE LA U.L.C.

Dedicado con mi reconocimiento y gratitud a los compañeros que con tanta ilusión, dedicación y éxito hicieron posible la celebración del 40 aniversario de la Primera Promoción de Peritos de la Universidad Laboral de Córdoba. 1964-2004.


Me invitaron mis compañeros de la Universidad Laboral de Córdoba a participar en la conmemoración de los 40 años de la finalización de nuestra carrera y anoté en mi agenda: “día 14 de mayo a las 12,30 h. delante de la Iglesia de la U.L.C.”.

Era una cita singular con el pasado para evocar los 6 años de mi adolescencia , que no había tenido ocasión de recordar pormenorizadamente a pesar de las sucesivas invitaciones de mis compañeros, siempre comprometidas pero finalmente fallidas por imponderables de última hora.

Y efectivamente, esta vez sí que asistí al encuentro y conmigo la memoria que acudió puntualmente según se fue desarrollando la visita a las instalaciones, algunas un tanto irreconocibles por la transformación que han sufrido, y eso sí, con la inestimable ayuda que nos prestábamos unos a otros recordando hechos, detalles que teníamos guardados en nuestro corazón más que en nuestra cabeza. Recuerdos añejos de juventud.


Primero la Iglesia, hoy salón de actos cívicos, con la presencia forzada del grupo escultórico de Jesús y sus Apóstoles que antaño presidían el altar, hoy ocultos tras una opaca tabla de madera sujeta con hierros y tornillos al monumento. Símbolo de nuestra formación religiosa materializada en innumerables misas, sabatinas, ejercicios espirituales que han cimentado en la mayoría de nosotros, más que una militancia religiosa activa, la asimilación profunda de los principios éticos y morales en los que se asienta el humanismo de inspiración cristina y que ha dado sustento a nuestra personalidad y trayectoria personal.

Después la explanada central, punto de encuentro de todos los alumnos agrupados marcialmente en colegios, aulas, estatura. Escenario de desfiles y consignas, escenario final de aquella película propagandística de la obra “Hola muchacho”.


Nuestra pretendida “formación del espíritu nacional” hacia el Régimen se convirtió realmente en formación para la convivencia entre las modestas clases sociales a las que pertenecíamos, de las entonces regionalidades de las que proveníamos y hacia el nuevo orden social al que nos dirigíamos.

Visitamos los talleres, aunque nos dijeron previamente que estaban desmontados para su transformación, pero insistimos en verlos. Evocamos los monos engrasados, los sonidos de los tornos y las fresas, el intenso olor de la taladrina, el gasóleo y la fundición.

En ellos más que “un oficio” aprendimos el oficio de la profesionalidad, preciso para nuestra futura labor en proyectos, ejecución de obras o en puestos de alta responsabilidad. Creatividad, tesón y satisfacción por el trabajo bien hecho que hoy resumen en común nuestra trayectoria profesional.

Por último las pistas de atletismo, las piscinas, los campos de deporte.

Aquellas pistas de ceniza, que tantas huellas dejaron en mis codos y piernas cuando estas cedían al último esfuerzo ante una meta que resultaba inalcansable, me traían a la memoria esa otra huella de esfuerzo y competitividad que dejaron en mi vida y en la de aquellos que ahora me acompañaban.

No consiguieron hacernos atletas de la alta competición ni jugadores de élite, pero si corredores de fondo que hoy van llegando a la meta de la jubilación con el convencimiento de no haber sido los mejores, pero sí haber estado en el grupo de cabeza por la voluntad de hierro que desde entonces nos ha animado en esta carrera de la vida.

Concluida la visita y tras una magnífica comida de hermandad, más suculenta y mejor servida que las aproximadamente 2.500 que me tocó ingerir a lo largo de mis cinco años de estancia, descontado el último curso vivido en la capital, y bajo la atenta mirada de los personajes de las pinturas murales del comedor que aún se conservan, volvimos al punto de partida para recoger los coches y seguir viaje hacia Córdoba para continuar con los actos minuciosamente preparados y detallados en el programa.

En el paseo de regreso por la avenida próxima a la vía del tren, recordaba aquel punto ocasional de desembarco que nos obligaba, detenido momentáneamente aquel tren fletado especialmente desde Madrid, a abandonar precipitadamente el “vagón de tercera” y subir tan pronunciado terraplén cargando con aquella pesada maleta, no tanto por su escaso contenido que sí por su continente de madera. Entonces recordé aquella primera consigna que nos dieron en la explanada al llegar: “no hemos venido a estar sino a ser”, que entonces nos sonó a perogrullada.

Hoy, 46 años después y tras recuento de vivencias y secuelas, tengo que reconocer que aquí “no estuvimos”, y sí que “aquí nos hicimos” en nuestra ilusionada adolescencia con no poca parquedad, dureza y sacrificio, aquí se forjó nuestra singular forma de ser para enfrentarnos a la vida, al futuro que nos estaba esperando tras la finalización de nuestros estudios, hoy nuestro pasado.


En esto estaba con mis recuerdos y pensamiento cuando “nos tropezamos con la piedra”, una gran piedra de granito colocada junto a la entrada del recinto, en la que alguien con poca memoria, posibles prejuicios ideológicos y desde luego con autoridad impositiva para hacerlo había ordenado grabar que la primera piedra de este campus universitario se había colocado en el año 1993. Ninguna referencia a la Universidad Laboral antecesora del actual y remodelado centro universitario.

Las reacciones de indignación entre el grupo se multiplicaron, liderado por las esposas, prevaleciendo la idea de que habían borrado del mapa la existencia de la U.L.C. y de nosotros mismos, y de paso la improcedencia de nuestra conmemoración al no haber existido tales alumnos, tales estudios y tales títulos académicos. Todo un dislate histórico. Ahora me explicaba lo del grupo escultórico de la Iglesia oculto tras la tabla. No habían sido tapados, ellos se habían escondido tras la horrenda tabla para no ser testigos del dislate de pretender ocultar nuestro pasado y encima escribirlo en piedra para convencerse tal vez de ello y transmitir esa ficción a las generaciones futuras.

Me sumé de inmediato a las iniciativas de hacer una reclamación, de formular protestas, de reivindicar formalmente el origen del actual campus universitario, pero desistí de inmediato al comprender que se podría “olvidar” la existencia de la Universidad Laboral de Córdoba pero no la existencia de su labor que éramos todos nosotros, que no sólo estudiamos una carrera, como en otro cualquier centro docente, sino que nos forjamos una personalidad, un comportamiento profesional y una proyección hacia el futuro que eran tangibles e innegables.

De camino hacia la ciudad y mientras iba desapareciendo poco a poco la torre de la Iglesia en el retrovisor de mi coche, pensaba que ahora que tanto se habla de “recuperar la memoria histórica” y reivindicar el pasado inmediato, tal vez alguien escriba en un periódico, narre en un libro o inscriba en una piedra que las Universidades Laborales que promocionaron el antiguo Régimen para formar a hijos de trabajadores en las limitadas carreras profesionales de entonces, en una educación de antiguo cuño felizmente superada y en los principios políticos que le inspiraban ya anacrónicos, existieron y debe quedar constancia de ello en la historia de la actual Universidad, en la historia de Córdoba y en la historia de España.

Lejos de perpetuar el mundo social, económico y político que las promocionaron, sirvieron para dar profesionales que hicieron posible el despegue económico de España en los años 60, contribuyeron a formar un nuevo tejido social (la gran clase media) a la altura del mundo occidental próximo y por último protagonizaron la transformación política de nuestro país hacia la democracia y el estado de derecho. Algunos lo hicimos desde la actividad política comprometida, otros desde las instituciones cívicas a las que servíamos y todos a través de las urnas con nuestro voto de compromiso y progreso.

Este país efectivamente necesita “recuperar la memoria histórica” pero toda, sin prejuicios ideológicos, sin intereses injustificables, sin sectarismo alguno. Confío en que con el tiempo a la Universidad Laboral de Córdoba se le reconozca su existencia y ocupe el lugar que le corresponde su aportación a la historia, a nuestra historia, aunque eso posiblemente será cuando todos nosotros, su verdadero ser, seamos también historia con ella.




Antonio Baena Pérez
Córdoba, Mayo del 2004

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